Vale, hoy vamos a hablar de «comunicación».Que es un asunto en el que, aunque parezca mentira, no valen los diccionarios. Así que habrá que recurrir a métodos más empíricos. Pues bien, uno tiene cierta experiencia en algún que otro aspecto de la comunicación. Me refiero a la periodística, esa que tiene emisor, mensaje, receptor, código, codificación, decodificación, canal, función fática, y demás historias, que quedan muy bonitas para que los profesores de la Facultad de Ciencias de la Información hagan un diagrama precioso en la pizarra en lo que los futuros periodistas se sacan un moco de la nariz. O cosas peores.
Así que me gustaría hablarles de lo que es, en realidad, un periódico.
Por favor, concéntrense, e imaginen la situación.
Diez de la mañana: Están viendo el periódico desde la puerta de entrada a la redacción. Mesas, ordenadores, mucho papeleo desbaratado; en lo antiguo: ceniceros repletos de colillas; una foto de la niña pequeña —por cierto feísima— del redactor jefe; un poster de la Junta de Castilla y León (Consejería de Medio Ambiente); un único diccionario para veinte redactores; úésebés de múltiples colorines; un salvapantallas con las vacaciones de Evelyn; un montón de fotos despachurradas; una braga (les juro que un día en el periódico encontramos una braga en un rincón de la redacción); un cartel que dice: «La verdad os hará libres»; y Patricia, mi habitual compañera de pupitre, que aparte de ser la única que llega pronto, está de los nervios porque aguarda para adoptar un niño etíope.
Pero, aparte de Patricia, lo que es gente, gente-gente, la verdad, no hay.
Once de la mañana: El escenario viene a ser el mismo. Eso sí, al fondo se vislumbra una figura que, quitando a Patricia y su etíope, es el único elemento vital de la redacción. Claro que, si te fijas, te das cuenta de que es la señora de la limpieza. Va de azul, ella. Por lo demás, la redacción sigue impertérrita, anonadada. Lo cual que vacía.
Doce de la mañana: Han llegado dos redactores. Uno está en el servicio. El otro tiene la mirada tan fija en la pantalla del ordenador que nadie diría que está dormido. Si se pudiera proyectar una imagen de lo que pasa por su mente, aparte de los colorines, se verían los gintonics de la noche anterior. Ya se sabe, por las noches sólo patrullan las tres pés: putas, policías y periodistas.
Una de la tarde: El jefe ha llamado, que tiene comida con el consejero. Como siempre. Dado que el jefe no viene, el redactor del retrete al fin puede salir, se pone la gabardina y se marcha para casa tan campante. El de los colorines decide que lo mejor para la resaca son unas cañitas antes de comer. También se va. La señora de la limpieza duda si continuar con las papeleras o ponerse a escribir un artículo sobre «La movilidad de los trabajadores en la nueva Unión Europea», o algo así. Al final, decide ponerse a escribir en las páginas de Cultura, que alguien tiene que hacer algo, coñes.
Dos de la tarde: No se ve nada, que se ha ido todo el mundo (la señora de la limpieza también). Por cierto, le ha quedado un artículo precioso titulado: «El epistolario de María Zambrano, esbozo de juventud». Las puertas están cerradas y el vigilante de seguridad está pagándole las cañas al redactor de los colorines.
Las tres de la tarde: Una menos en Canarias.
Cuatro de la tarde: Siesta.
«En las esquinas grupos de silencio, a las cinco en punto de la tarde».
Vienen a ser más o menos las seis cuando en la redacción comienza algún que otro movimiento. Los maquetadores hacen dibujitos, crucecitas y «xpjdsrtes». El dibujante lleva media hora mirando al techo a ver si se le ocurre algún chiste que no haya publicado todavía nadie. La señora de la limpieza está ahora (con la pañoleta al desgaire) escribiendo la crónica del partido: Se lanzó al abismo el Real Valladolid ante Osasuna y ayer, tras un intento de escalada aferrado a los goles de Javi Guerra, volvió a caer cuando menos se esperaba. El redactor de deportes se ha encontrado con el de los colorines y el vigilante, y están ya hasta el culo de cañas. Los de Local preguntan que cómo se llaman los de Villalón: ¿villaloneses? Uno de Región escribe «espléndido» con equis, el muy trastornao. El director está reunido, como siempre. Las chicas de Cultura (¿por qué en la sección de Cultura no hay nada más que mujeres?) buscan como posesas una foto de Claudio Rodríguez, que en paz descanse. En fin, que esto empieza a parecerse a un periódico.
A las siete suena el zafarrancho de combate. Y los teclados comienzan, tráca-trátracatra-tracatrá, a echar humo. Las lluvias del mes de septiembre estropean la cuarta parte de la cosecha de uva. // Más de ocho mil universitarios de Valladolid afectados por la huelga de profesores titulares y contratados. // Detenidos los catorce ladrones de dos bandas que robaban coches de lujo.// Enresa pendiente de retirar cuatro pararrayos nucleares en Valladolid.// Lo mejor de la moda de Castilla y León conquista la pasarela Cibeles.
Ocho:
¡Reunión de primera! ¡Mete ahí un dos-T-dos, coño!
¡Levantamos la nueve, que va un taco de publicidad!
¡En portadilla necesito una foto del Tribunal de Justicia!
¿Quién quiere una cervecita?
¡Joder, que te he dicho que cuarenta líneas como máximo!
¡Hay que ser gilí, pero cómo me lo mandáis en eps!
¡Está ya ese puto PDF!
¡A los de Burgos les van a dar por retambufa!
¡La primera va a cuatro columnas y foto de Herrera!
Al fin, las nueve: Todo se multiplica. Desde los tacos a las prisas. El responsable de la rotativa grita por teléfono que hay que cerrar. Algún escritor famoso se muere y hay que cambiar varias páginas. Por cierto, su necrológica estaba ya escrita desde hace cuatro años. La jefa de cierre patrulla pasillos como una carcelera apremiando al personal, que suda tinta: nunca mejor dicho. Carreras. Gritos. Tecleteo unánime.
Hoy se celebra el día de la «Putísima»Concepción. Se supone que era «Purísima».
La consejera de Cultura posa tras las«vergas» del convento de Las Clarisas. Casi seguro que eran «verjas».
La Diputación de Valladolid pagará la «silla eléctrica» para un discapacitado. ¿No sería «silla de ruedas eléctrica»?
El Blancos de Rueda de Valladolid ganó a base del esfuerzo de los «penes» negros. Casi que quedaba mejor «peones».
O, la señorita Purificación González, ante la imposibilidad de hacerlo personalmente, agradece su presencia a los asistentes a su funeral. Qué tía, podía haber tenido un detalle y haberlo hecho«personalmente».
En pocas, pero espero que evidentes palabras, así podría resumirse la comunicación. Nada más alejado de preciosos reportajes arrevistados en las islas Bahamas; nada más excitante que corresponsalías de guerra en Siria; nada más prestigioso que una entrevista, mano a mano, con Gustavo Martín Garzo; nada más marchoso que una crónica de un concierto de Bruce Springsteen.
Y no piensen que la tele es otra cosa, la única diferencia son los colorines. Y que el presentador que maneja el auto-cue, una pantalla bajo la cámara donde lee las noticias, que parece que se las sabe de memoria, el tío, o va muy deprisa y tiene que decir:
«Apocosdíasdelcierredecampañacasitodaslasdenominacionesdeorigenhanperdidoproductorrespectoalasprevisiones...».
O va demasiado despacio y tiene que leer:
«cuarenta......y...........dos....... desaparecidos.......al.........naufragar.......................un......petrolero..........frente.................a......................lascostasdelMarCaspio».
Por supuesto, exagero, —es lo mío—, pero la verdad es que la inmensa mayoría de los comunicadores, o periodistas, o como queráis llamarlos, se limitan a poner en orden sujetos, verbos y predicados, aunque a algunos, de tanto en cuando les den la oportunidad de cambiar el orden lógico de los adjetivos, o inventarse palabras como «bizcotur» o «falsocracia». E incluso grabar una cuña publicitaria para Onda Cero o TVRCyL, que rece: «Información patrocinada por la Junta de Castilla y León».