Hay políticos reflexivos, a los que todo se les queda ensimismado en casa. En el partido. Pero también los hay recíprocos, que a la que te apoyan las mociones se las tienes que devolver nuevecitas y con porcentaje. Son sacamantecas de ida y muchas vueltas. También hay políticos transitivos, que todo se les va en el complemento directo, que viene a ser su señora, o un hermano desastre y bandarra, o incluso una amante de chaletito adosado, orgías y alquiler.
Los peores vienen a ser los pronominales, que sólo se conjugan en presencia de su abogado o de su pronombre personal. Y a la que vienen mal dadas se esfuman y, después, gloria. Éstos son muy peligrosos, porque te suelen dejar con el culo al aire y acabas teniendo siempre que conjugar en subjuntivo. Con lo dificilísimo que es eso.
Muchas veces los políticos son como los verbos ingleses, que sólo tienen tres tiempos y hay que echar mano de las preposiciones para los matices y esas cosas. Tenemos políticos impersonales, que no los conoce nadie y te tienen que asegurar que son políticos para que los votes. Hay también políticos complicados y perifrásticos, siempre preparados para perpetrar un nuevo giro lingüístico que deja patidifuso al personal que, como no lee mucho —para qué nos vamos a engañar— no se enteran de las cosas de enjundia y fundamento. Incluso hay políticos que se conjugan siempre en futuros, que no acaban de concretar, coñes. Éstos suelen tener problemas para pronunciar la «ese», que les sale silbante, sibilina y sinuosa. Son políticos de improbables futuros.
Algunos se conjugan en pasiva refleja, que a mí siempre me ha costado mucho distinguirla de la impersonal. Otros son como muy suyos y les va lo intransitivo, con lo que nunca les hacen falta complementos y, si acaso, complementos circunstanciales de modo, tiempo o lugar. También, no se crean, los hay defectivos, que siempre les faltan apoyos en su propio partido y claro, pues eso. Que se pelean mucho.
En cualquier caso, según las encuestas, la mayor parte de los políticos, a pesar de tener la sangre perdidita de gerundios, son semideponentes, o sea, que no los conoce nadie y se les vota a ojo, o casi peor, a tientas, entre abstenciones, que los pobres no tienen derecho ni a aspecto y ni a aktionsart. Políticos, digamos, irregulares, que uno nunca sabe por qué tiempo los tienes que conjugar.
De todos modos tampoco me haga usted mucho caso, que, la verdad, yo de políticos no entiendo nada. Pero lo que es de verbos. Un puñao.