miércoles, 13 de febrero de 2013

TABLADO DE MARIONETAS


Con Franco soñábamos mejor

En aquellos tiempos las algaradas universitarias eran continuas. Y las proclamas, propagadas. Por las paredes, claro. La inmensa mayoría —había también algún artista inalienable, despistado y Art Déco— pertenecía a los numerosísimos grupúsculos que proliferaban, entre clandestinos y libidinosos, voz baja y furtiva, en las peceras de las facultades. De hecho resultaba preciso un manual terminológico para analizar las firmas que protagonizaban, tan orgullosas como apresuradas, las pintadas que cubrían los pasillos entre aula y aula: ORT, PTE, PCE, PCE (i), LCR, MC, CNT… Aquellos eran los tiempos de cuando Franco, cuando soñábamos mejor. Dónde va a dar.
 

Los universitarios eran de clases pudientes y detólavída (éstos no solían ir a clase, no les hacía falta); de la media clase media, con patente para la licenciatura en Derecho (que sí iban a clase, pero mayormente a ligar con las futuras procuradoras); e hijos de productores proletarietas, a los que nos subvencionaba Franco con becas salario (íbamos a clase, pero enseguida votábamos asambleariamente por repoblar El Penicilino), y lo hacía para que le peleáramos un poco la cusca política, filosófica y juvenil, lo que resultaba mucho menos peligroso que la lucha de los compañeros de la automoción y el metal.

Cuando aquel mundo se vino abajo, pensamos que habíamos cumplido una misión imposible y fundamental en la Historia. No nos dimos cuenta de que, simplemente, se había muerto un general que mandaba mucho, y de que lo nuestro había sido otro inútil y presuntuoso silogismo. La verdad es que el hombre fue encantador, don Francisco Franco nos aviaba con cuatro hostias y un expediente por «excesos en el cumplimiento del folclorismo universitario».

 
De aquellos combatientes, fueran de atrezzo y utilería, o fueran de tirachinas y rodamientos, tan sólo quedan parados de más de cincuenta y cinco años que, por lo visto, están de moda y proliferan al ritmo de los estorninos de atardecer. Entonces jamás se cuestionaron para qué servían sus protestas. En estos tiempos, tampoco. Porque, ¿acaso hay algo más inútil que soñar?
>Past simple. Otoño con ansias de invierno. Futuro secuestrado. Ilusión / su consonante / Frustración. «Calles me conducen, calles, / ¿adónde me llevarán?»: Guillén. Estrategias de cupo. L’inconsolée. Franco se ríe conejil. ¿Sueña?

martes, 12 de febrero de 2013

NIÑEMAS

Papapapeles
 
                              
Papel de monigotes
papeles de aprender
papeles de palotes
papeles de envolver
papel de pajaritas
papeles de perfil
papeles para cuentos
papeles con mandil
 
papeles enfadados
escritos al revés
papel enamorado
que sueña un bésame
papeles como labios
papeles de carmín
papeles colorados
de cuento colorín
 
papel de cucurucho
canciones de papel
papeles tan larguchos
jugando a píllame
papel papel y pluma
papeles de plumín
papeles encantados
papeles para tí
 
 

PRÉSENCE ÉTOILE, MARIO BENSO (grossier)


Bestiario Ibérico (el discursista)
 
Dicen las lenguas (buenas y malas) que en este país nuestro cada ciudadano lleva dentro un seleccionador de fútbol. Recientemente, uno de los efectos colaterales producidos por la tan manoseada crisis nos ha permitido descubrir que, además, todo español que se precie alberga en su interior un juez o un Ministro de Finanzas —cuando no todo un Presidente del Gobierno— a modo de Alien ilustrado que se precipita al exterior con la perversa intención de arreglar los males mundanos.

          En realidad, este oprobioso fenómeno de posesión colectiva parece ser mucho más antiguo de lo que pudiera pensarse a primera vista, y probablemente tiene mucho que ver con una de las grandes aficiones del habitante de la Piel de Toro: pronunciar discursos. El Discursismo —permítaseme la expresión— está casi indisolublemente unido a nuestro carácter, corre por nuestras venas como una suerte de leucocito lenguaraz que nos impulsa a abrir la boca y sentar cátedra sobre cualquier cuestión, en especial sobre aquéllas en torno a las cuales carecemos del más mínimo conocimiento. Adora el discursista espacios como los corrillos de las plazas públicas o —preferentemente— el calor mundanal de las tabernas, donde puede pontificarse sobre lo divino y lo humano dando golpes sobre mesa o barra con nuestro vaso de vino.



Aquí lo que hay que hacer es… así comienza habitualmente el discursista su perorata, adornada por todo tipo de argumentos y pseudoideas extraídas a menudo de titulares de prensa, frases cogidas al vuelo procedentes de tertulianos de toda suerte y condición o, simplemente, del cajón imprevisible de lo primero que a uno se le ocurre.

          Escuchando al discursista solucionar los problemas del mundo en pocos minutos se pregunta uno por qué estas personas de tan lúcida perspicacia no son quienes rigen nuestros destinos en vez de tanto político de baratillo. Ellos, que poseen la fórmula mágica de todas las cosas, el Santo Grial que todo lo arregla y cura… Para el discursista, que se cree en posesión de la verdad y no acepta que le lleven la contraria, bastaría con hacerle caso para que todo cambiase por arte de magia, de manera que si las cosas están así de mal es porque nadie hace lo que él piensa que hay que hacer. Claro que él no es de actuar sino de marcar el camino, son los demás los que tienen que atarse los machos. Él suelta su perorata, lanza una  mirada arrogante al tendido como el torero ante un desplante, y pasa a otra cosa. Ya hablaban Cervantes y Quevedo de los arbitrios y los arbitristas (solucionadores), individuos capaces de pergeñar remedios disparatados e imposibles a cualquier cuestión. También se les conocía como “locos razonadores” o “locos repúblicos o de gobierno”, y parece que constituían una fauna tan extensa como los conejos que dieron su nombre a Hispania.


Mucho tiempo después, la tentación arbitrista sigue presente por estos pagos, con la misma persistencia que esos eternos males nacionales que parecen insistir machaconamente en quedarse con nosotros. Pero sospecho que, como sucede con los otros discursos —los que funcionarios estresados escriben de forma rutinaria cada día para los Padres de la Patria-— toda esta palabrería vana e insensata se disuelve en el aire y no sirve para nada, como el humo que se desprende de nuestra particular hoguera de las vanidades.

viernes, 1 de febrero de 2013

TABLADO DE MARIONETAS


Jitanjáforas

España lleva siendo unos años, poco a poco, pero con contumacia, una jitanjáfora. Ya me imagino que no sabe usted, desocupado lector, lo que es una jitanjáfora. No se preocupe, mismamente se lo explico yo. Una cosa de ésas es un lenguaje —o, en este caso, un país— inventado, absurdo, intercadente, que carece de significado en sí mismo y, por ello, no acaba de comprenderse. Un país en el que, tras años de estomacabundia, se acabó la diversión. Y nadie se había atrevido a mandar a parar. Triste y lamentable cachondeo final tras los tiempos de vino, rosas y hágase. Un país como una «Filiflama alabe cundre ala olalúnea alífera alveolea jitanjáfora liris salumba salífera». No lo digo yo, lo dice el poeta cubano Mariano Brull. Y lo refrendan Stéphane Mallarmé o Paul Valéry. Y quién es uno para llevarles la contraria.
 



Porque no puede haber otro país tan machote que sea capaz de ganarle a Alemania en fútbol, en baloncesto, en balonmano… y en paro. Pero, ya puestos a jitanjáforas, se imaginan un sistema al que sólo se le ocurre —cuando baja la facturación—, subir las horas de trabajo y bajar los sueldos a los empleados. Cuando los jóvenes no tienen dónde hacerse gayolas solitarias, amalgamarlos en el Madrid Arena hasta el exterminio. Cuando los abueletes están gagás, facturarles el acenocumarol. Cuando los padres esquivan los quioscos en las tardes de domingo, para evitar que los niños acechen y sueñen golosinas, ponerle más colorines a la tele. Cuando… Está claro: jitanjáforas.

Bueno, en serio, este país es el límite de la jitanjáfora. Cosa que me parece que está bien para obras maestras del nonsense, como Alicia en el País de las Maravillas, de Carroll, con sombrereros locos, conejos que usan chaleco con bolsillo y leontina, o un gato de sonrisa lunática que siempre responde: ¿Depende de a dónde quieras ir?





Pues eso, adónde vamos. No nos quedan dedos para recontar porcentajes de paro («Las medidas darán sus frutos»). No nos quedan dedos para señalar a los corruptos («Que cada palo aguante su vela»). No nos quedan dedos para esconder los sobres B («Esa pregunta es ruin e impertinente»). No nos quedan dedos. Pero nos sobran jitanjáforas.

Aquí, en Región, la jitanjáfora se ha hecho carne y habita entre nosotros. Cómo si no podrían conjugarse de otra manera las dos noticias estrella del diario de anteayer. Sobre el paro: «En caída libre». Acerca de la dependencia: «Castilla y León revalida el sobresaliente». Esta paradoja resulta, sin embargo, evidente, porque los parados son los mayores dependientes de esta sociedad jitanjafórica. Sobresalientes en paro, ergo sobresalientes en dependencia. Pero no se preocupen demasiado, esto tiene alguna solución. Yo, por ejemplo, mañana —si tengo un rato— voy a morirme a la japonesa. Que los viejos tan sólo servimos para repoblar mortajas. Es la única manera, me parece, de dejar de ser parado… Y dependiente.........................................





>Don Ramón del Valle-Inclán reconvirtió la jitanjáfora en esperpento. Y dibujó un país pelele, fantoche, grotesco, pirante y troglodita. Mire Hoyas, en este país de silencio las caras parecen una gran risa de viruelas. Telón.