Bestiario Ibérico (Toma... vaya usted a saber)
EL JUNTALETRAS
Juntaletras:
dícese de aquel personaje con ínfulas de escritor de enjundia, pero herido de
mediocridad, que dedica buena parte de su tiempo a buscar desesperadamente dónde
publicar sus escritos, a la vez que se pavonea en los cenáculos como lo que
está convencido de ser: un genio de las letras.
En su vertiente más genuina gusta de aportar un portafolios donde dar cobijo a sus obras maestras, aliñadas con recortes de prensa o fotografías de sus encuentros con grandes personalidades literarias, a las que por supuesto no trata por su apellido, sino por el nombre de pila, como corresponde a un viejo compañero de correrías: Jorge Luis, Joan, Gabo («mi querido Gabo, aquí estamos en Cartagena de Indias un día que pasó a saludarme con ocasión de una de mis conferencias sobre el Siglo de Oro…» ¿O tal vez fue al revés?).
El subfilum más patético de esta briosa especie lo constituye el buscador de tribunas: ése que no duda en publicar donde sea con tal de poder dar salida a ese innegable talento que posee y que, por ceguera manifiesta o inquina personal, nadie quiere reconocer. No dudará en remover Roma con Santiago para encontrar un hueco, por pequeño que sea, donde dar salida a lo suyo. No importa que sea una hoja parroquial, fanzine de barrio o revista monográfica de esas que salen una vez al año y están abarrotadas de anuncios pequeñitos de asadores, interrumpidos de vez en cuando por sesudos artículos sobre el Expresionismo alemán o Cecilia Böhl de Faber. Una vez rendido su editor al acoso inclemente del juntaletras, y habiendo accedido a publicar el infumable pestiño de rigor, nuestro fauno se dedicará a ir de un lado a otro exhibiendo su recorte como un logro comparable a las gestas del guerrero Corocota.
Gusta también el juntaletras de las polémicas y bravatas, en las cuales siempre se conduce con la autoridad de quien se sabe en posesión de la verdad. Sus víctimas favoritas son quienes le ignoran o huyen de él por plasta y ganapán, y por supuesto el peor de sus enemigos: el escritor de talento, el hombre de sabia discreción y poco dado a las sandeces públicas. Para éstos no hay piedad ni redención: no saben hacer la o con un canuto, son todo artificio.
Y así vive este ser de ciclópea autoestima, paciencia sin fin y audacia sin freno. Él, que subirá al Olimpo de los Dioses de la Literatura, donde sin duda le espera un sillón de privilegio junto a los más grandes representantes de las Letras. Y si por culpa de la irritante estulticia humana nadie hace caso a sus logros, siempre queda un buen corte de mangas y despacharnos a todos con esa certera expresión gaditana: «un mojón pa los humanos».