Con Franco soñábamos mejor
En aquellos tiempos las algaradas universitarias eran continuas. Y las proclamas, propagadas. Por las paredes, claro. La inmensa mayoría —había también algún artista inalienable, despistado y Art Déco— pertenecía a los numerosísimos grupúsculos que proliferaban, entre clandestinos y libidinosos, voz baja y furtiva, en las peceras de las facultades. De hecho resultaba preciso un manual terminológico para analizar las firmas que protagonizaban, tan orgullosas como apresuradas, las pintadas que cubrían los pasillos entre aula y aula: ORT, PTE, PCE, PCE (i), LCR, MC, CNT… Aquellos eran los tiempos de cuando Franco, cuando soñábamos mejor. Dónde va a dar.
Los universitarios eran de clases pudientes y detólavída (éstos no solían ir a clase, no les hacía falta); de la media clase media, con patente para la licenciatura en Derecho (que sí iban a clase, pero mayormente a ligar con las futuras procuradoras); e hijos de productores proletarietas, a los que nos subvencionaba Franco con becas salario (íbamos a clase, pero enseguida votábamos asambleariamente por repoblar El Penicilino), y lo hacía para que le peleáramos un poco la cusca política, filosófica y juvenil, lo que resultaba mucho menos peligroso que la lucha de los compañeros de la automoción y el metal.
Cuando aquel mundo se vino abajo, pensamos que habíamos cumplido una misión imposible y fundamental en la Historia. No nos dimos cuenta de que, simplemente, se había muerto un general que mandaba mucho, y de que lo nuestro había sido otro inútil y presuntuoso silogismo. La verdad es que el hombre fue encantador, don Francisco Franco nos aviaba con cuatro hostias y un expediente por «excesos en el cumplimiento del folclorismo universitario».
De aquellos combatientes, fueran de atrezzo y utilería, o fueran de tirachinas y rodamientos, tan sólo quedan parados de más de cincuenta y cinco años que, por lo visto, están de moda y proliferan al ritmo de los estorninos de atardecer. Entonces jamás se cuestionaron para qué servían sus protestas. En estos tiempos, tampoco. Porque, ¿acaso hay algo más inútil que soñar?
>Past simple. Otoño con ansias de invierno. Futuro secuestrado. Ilusión / su consonante / Frustración. «Calles me conducen, calles, / ¿adónde me llevarán?»: Guillén. Estrategias de cupo. L’inconsolée. Franco se ríe conejil. ¿Sueña?