domingo, 18 de noviembre de 2012

CON LA PRESENCIA SIDERAL DE... ¿Cómo se llama éste?


  CINE B
 


Lo que ahora se conoce como cine de serie B era antes, en mi adolescencia, simplemente cine. El cine que veíamos los sábados por la tarde en las sesiones juveniles del Real Cinema en Santa Cruz de Tenerife. Por unas pocas pesetas, docenas de arrapiezos atiborrados de maíz tostado, pipas y golosinas variadas nos apiñábamos en las butacas para dejarnos llevar por las aventuras del gran Maciste, Fantomas, Louis de Funes o cualquier héroe de plexiglás y decorado de cartón piedra.
Películas de bajísimo presupuesto interpretadas por actores y actrices desconocidos con la piel brillante y el pelo algo emplastado, como mandaban los cánones setenteros, y entre los que de vez en cuando se colaban grandes secundarios como Cameron Mitchell, un emperador romano mucho más creible que cualquier otro. Eran historias repletas de acción, intriga, monstruos legendarios, naves espaciales con botones luminosos y puertas que se abrían con sólo mirarlas, fumanchús y malvados de perilla y rostro afilado.
Se nutrían de efectos especiales de baratillo y bandas sonoras de recortar y pegar, pero a nosotros nos importaba un pepino: no veíamos la hora de salir corriendo para el cine y disponernos a devorar cualquier historia que nos contasen, por increíble que fuera. Encontrábamos en aquellas películas los mundos imaginarios que deseábamos visitar, las hazañas imposibles que nos gustaría protagonizar, los parajes misteriosos y lejanos a los que hubiéramos querido viajar. Aquellas pantallas gigantes del cine de antes eran como enormes agujeros negros hacia los que nos precipitábamos sin oponer resistencia, y que daban acceso a universos paralelos de placer. Cuando salíamos de nuevo a la luz del día, los comentarios no cesaban durante toda la semana. Hasta que llegaba un nuevo sábado, una nueva película en el Real Cinema, otra vez el maíz tostado y de nuevo la magia.
¿Cine B? Cine. Historias. Emoción.