jueves, 30 de agosto de 2012


BENSO, Mario

Versiones

Una de las experiencias más estimulantes de mi actividad como pinchadiscos aficionado (aficionado a pinchar discos) es el de rastrear la selva interminable de canciones a la búsqueda de buenas versiones. Versiones de clásicos y favoritos que todo el mundo conoce muy bien y que forman parte de la memoria musical de la vida de las personas. Tanto divertimento extraigo de este menester, que más de una vez me han reprochado, aunque siempre de buen talante, que en mis sesiones casi nunca suena el original de una canción, sino una de sus versiones.

         En realidad, la circunstancia tiene fácil explicación: yo provengo de la cultura del jazz, donde lo importante no es tanto el original como ser original, no lo que toques, sino cómo lo toques. No importa quién grabó por vez primera un clásico del jazz, en muchos casos ni siquiera se recuerda. Lo decisivo es quién lo convirtió en algo suyo, quién se hizo dueño de un tema. Body And Soul, por ejemplo, pertenece por derecho propio a Coleman Hawkins, que ni la escribió ni fue el primero en tocarla, pero que en 1939 firmó una versión tan esplendorosa que, simplemente, hoy es difícil incorporarla a un repertorio sin tenerla en la mente.


HAWKINS, Coleman. Imprescindible
                                                          

                                                        
Algo parecido pasó con Round About Midnight, compuesta por Thelonious Monk pero de la que se "apropiaron” Miles Davis y John Coltrane a mediados de los 50. Y así podría mencionar docenas de casos.

         En el mundo del pop/rock, sin embargo, el original suele tener consideración de canon insuperable. Pueden existir doscientas versiones de Hey Jude, pero ninguna superará en aprecio popular al original de los Beatles. Lo mismo sucede con canciones icónicas como American Pie, Have You Ever Seen The Rain o Dock Of The Bay, por mencionar unas cuantas. De hecho, no pocas veces se identifica versión con falta de creatividad. Cuando un músico o un grupo editan uno de esos cover albums (cover=versión, en inglés), suelé acusársele de intentar ocultar un atasco creativo. Aunque a veces no deje de haber algo de verdad en ello, no estoy de acuerdo en ese tipo de afirmaciones: una versión puede ser tan interesante como un original si cumple un requisito que para mí es fundamental: aportarle algo diferente e, incluso, llegar a reinvertarlo. Nunca me han interesado las lecturas literales, fieles al modelo, así como esos grupos clónicos cuyo objetivo es sonar lo más idéntico posible al original. La imitación en el Arte, como escribía con acierto Stevenson, es muy útil en las fases de aprendizaje como vía para descubrir logros de los grandes maestros, pero cuando se convierte en un fin en sí mismo a mí me deja frío.

         Un buen ejemplo de cómo se puede tomar un tema ajeno, darle la vuelta y llevarlo a tu terreno es lo que gentes como Otis Redding, Aretha Franklin o Ray Charles hicieron en los años 60 con clásicos de Beatles, Stones o del country. En sus manos (en sus voces), las melodías originales se retuercen como muñecos de goma, y durante unos intensos minutos dejan de pertenecer a sus propietarios para habitar un planeta diferente. Basta con escuchar el Satisfaction de Otis y el de los Stones para entender todo esto. De alguna manera, una buena versión es como una especie de acto de insumisión hacia algo que amamos, pero que nos negamos a venerar como se venera a una estatua. Y os haré confidentes de algo que tal vez no sospechábais: en realidad, a la gente le encantan…

         Aprovecharé de paso para contestar a una pregunta que el ínclito Hoyas me espeta casi en todas mis sesiones: “Pero, ¿cuándo me vas a poner a la Paquera de Jerez?”. Pues muy sencillo, hombre: cuando encuentre una versión decente de alguna de sus canciones…

MÉNDEZ JEREZ, Francisca. Lo cual que La Paquera