Jitanjáforas
España lleva siendo unos años, poco a poco, pero con contumacia, una jitanjáfora. Ya me imagino que no sabe usted, desocupado lector, lo que es una jitanjáfora. No se preocupe, mismamente se lo explico yo. Una cosa de ésas es un lenguaje —o, en este caso, un país— inventado, absurdo, intercadente, que carece de significado en sí mismo y, por ello, no acaba de comprenderse. Un país en el que, tras años de estomacabundia, se acabó la diversión. Y nadie se había atrevido a mandar a parar. Triste y lamentable cachondeo final tras los tiempos de vino, rosas y hágase. Un país como una «Filiflama alabe cundre ala olalúnea alífera alveolea jitanjáfora liris salumba salífera». No lo digo yo, lo dice el poeta cubano Mariano Brull. Y lo refrendan Stéphane Mallarmé o Paul Valéry. Y quién es uno para llevarles la contraria.
Porque no puede haber otro país tan machote que sea capaz de ganarle a Alemania en fútbol, en baloncesto, en balonmano… y en paro. Pero, ya puestos a jitanjáforas, se imaginan un sistema al que sólo se le ocurre —cuando baja la facturación—, subir las horas de trabajo y bajar los sueldos a los empleados. Cuando los jóvenes no tienen dónde hacerse gayolas solitarias, amalgamarlos en el Madrid Arena hasta el exterminio. Cuando los abueletes están gagás, facturarles el acenocumarol. Cuando los padres esquivan los quioscos en las tardes de domingo, para evitar que los niños acechen y sueñen golosinas, ponerle más colorines a la tele. Cuando… Está claro: jitanjáforas.
Bueno, en serio, este país es el límite de la jitanjáfora. Cosa que me parece que está bien para obras maestras del nonsense, como Alicia en el País de las Maravillas, de Carroll, con sombrereros locos, conejos que usan chaleco con bolsillo y leontina, o un gato de sonrisa lunática que siempre responde: ¿Depende de a dónde quieras ir?
Pues eso, adónde vamos. No nos quedan dedos para recontar porcentajes de paro («Las medidas darán sus frutos»). No nos quedan dedos para señalar a los corruptos («Que cada palo aguante su vela»). No nos quedan dedos para esconder los sobres B («Esa pregunta es ruin e impertinente»). No nos quedan dedos. Pero nos sobran jitanjáforas.
Aquí, en Región, la jitanjáfora se ha hecho carne y habita entre nosotros. Cómo si no podrían conjugarse de otra manera las dos noticias estrella del diario de anteayer. Sobre el paro: «En caída libre». Acerca de la dependencia: «Castilla y León revalida el sobresaliente». Esta paradoja resulta, sin embargo, evidente, porque los parados son los mayores dependientes de esta sociedad jitanjafórica. Sobresalientes en paro, ergo sobresalientes en dependencia. Pero no se preocupen demasiado, esto tiene alguna solución. Yo, por ejemplo, mañana —si tengo un rato— voy a morirme a la japonesa. Que los viejos tan sólo servimos para repoblar mortajas. Es la única manera, me parece, de dejar de ser parado… Y dependiente.........................................
>Don
Ramón del Valle-Inclán reconvirtió la jitanjáfora en esperpento. Y dibujó un
país pelele, fantoche, grotesco, pirante y troglodita. Mire Hoyas, en este país
de silencio las caras parecen una gran risa de viruelas. Telón.
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