Cuplé de El Jalapeño
El Jalapeño se cagó el día de su alternativa. Aunque tampoco
es que sea como para reprochárselo, que casi todos los toreros se rilan en el
hotel, horas antes de que empiece el seis hermosos toros, seis, y el si el
tiempo no lo impide y la autoridad competente lo permite. Además, que los hados
no le eran propicios. Que las Cabrillas altas iban, y la Luna rebajada.
Al Jalapeño nunca le hicieron un cuplé, del estilo de «Al dar un lance, cayó en la arena, se sintió herido, miró hacia mííííí…». Ni siquiera uno mortuorio que, para los toreros de postín, es obligado. Para que las niñas lo canten jugando a la comba: «En Madrid murió Granero, y en Sevilla, Varelito. Y en Talavera la Reina, mató un toro a Joselito». Vicisitudes.
El caso es que la cuadrilla de El Jalapeño tampoco iba más
allá de un trasteo marranero. Algo tuvieran que ver en la muerte del maestro.
Alfonso Jiménez, «El Pinchauvas», capote atormentado, miedetriz y rojigualda.
Lo normal. Antonio Giménez, rehiletero altivo. Nunca se le vio poner un par al
violín. Tenía mal oído. Rafael Ximénez, «El Ajillo», picador taciturno. En los
carteles se anunciaban los toros, con peso y todo: «Bravucón», negro meano,
astifino y corniveleto. Quinientos sesenta kilos. Con «El Ajillo» pasaba lo
mismo: Calcetero, abanto. Ciento diez kilos. De Jiménez y Giménez ni hablamos,
que a la mínima «tomaban el olivo».
En fin, que tal y como iban las cosas aquel día, en
Linares, El Jalapeño, en vez de cortarse la coleta, se cortó una oreja y se
la brindó al público, que aplaudía como un unánime energúmeno. Y luego, se dejó
matar.
Como Manolete. RIP.
No hay comentarios:
Publicar un comentario